María F. Jiménez
Oscilo en cómo percibo la vida. Por momentos parece poco, solo una serie de maneras, una serie de decisiones que montan un tinglaíllo como un refugio. Si me pregunto qué es lo que me ha hecho montar este chiringuito, descubro que LA VIDA, no la que contengo, sino la que me contiene a mí, es tan enorme que me pierdo. Me doy cuenta de que la recorto y le pongo vallas para no disolverme en lo ilimitado. Este darme cuenta ya me está diciendo que en realidad estoy fuera de las lindes de seguridad que he establecido, que el infinito inaprehensible lo tengo dentro. Y una vez más, desde lo grande, vuelve mi mirada a lo pequeño, a lo de todos los días, a eso que casi es vulgar y plano y soso. Pero el tinglaíllo, desde fuera, ya es otra cosa. Desde dentro es mirar la vida por unos ventanucos. Desde fuera es una arquitectura a través de cuyos ventanucos se pueden atisbar los destellos de lo invisible en los rincones de lo cotidiano.
"Shimriti. De la ignorancia a la sabiduría", p. 236
Jorge Bucay
La mayoría de nosotros acordamos sin saberlo con el viejo proverbio árabe:
No despiertes al esclavo, porque porque quizá esté soñando que es libre.
Pero el sabio dirá: "¡Despierten al esclavo! Especialmente si sueña con la libertad. Despiértenlo y háganle ver que es un esclavo; sólo mediante esa conciencia podrá quizá liberarse".